sábado, 30 de julio de 2011

Viajando por el tiempo.

Ayer caminaba por el centro de Valdivia, sumergido en mis pensamientos cuando, siento un exquisito aroma. Similares he sentido hace poco, pero éste era especial, casi único.
Enseguida retrocedí décadas y rememoré el mismo olor a café en Buenos Aires, el de mi niñez quizás, o de mi adolescencia. Era olor a café de cafés, de boliche de cafés. No era el de Manzanares, ese que siempre se sentía desde la vereda, a café molido. No, éste era un sabroso café elaborado.
Son recuerdos de las calles porteñas, olores de los boliches típicos, con sus sillas de madera antiguas, delicadas, livianas, que pareciera cualquier gordo las romperá al intentar sentarse. Las mesas con fórmica, cármica, blanca, las tazas y platillos como un enorme dado, donde el uno es el café, el único número en ese dado deforme. Los pancitos envueltos de papel y rellenos de azúcar, otros dados pero sin numerar. El vaso de soda, que siempre va a saber a soda, ni a agua de la canilla , ni a agua mineral. Y ese ruido... que dice silencio con terrible estruendo mientras el vaso se llena, más de aire que de agua.
Olor a una bolsa de café de papel, que por años tuvo sellos sin clasificar, de papá. La bolsa era de posiblemente del bowling donde trabajó papá en Buenos Aires por los setenta. Muchos años después, aún olía a café y proyectaba imágenes de la gran ciudad que ya no está.
Micros coloridos pintados con filigranas diversas, mis paseos por plazas, el jardín, los jardines donde fui abanderado, conocí a María Eugenia, dónde se cerró aquella puerta inmensa con mi madre del otro lado, de plastilina, plasticina.
Hoy, de casualidad, viendo una figura del chavo, viajé en el tiempo nuevamente. Treinta años aproximadamente. Cuando veía al chavo del ocho en la casa de Juana, los domingos de tarde. En la casa de mi tía abuela se veían canales argentinos, y cuando la visitábamos yo aprovechaba a ver tele, en casa no teníamos aún. Pasaban el chavo, Disneylandia y creo que titanes en el ring y el Capitán Piluso. No estoy muy seguros de estos dos últimos.
Fue un centelleo, y me encontraba de nuevo frente a la tele blanco y negro viendo treinta años atrás lo que aún se puede ver hoy.
Hace unos días recordaba el dulce de higo y de tomates de Juana, el pan casero, el agua del aljibe, las lechugas coloradas.
No se en que parte del camino estoy, posiblemente ya pasé la mitad de el, pero hay señales muy seguidas, que me dicen que soy lo que fui.